miércoles, marzo 29, 2006

Adosado

Los nuevos colonos del campo son limpios, limpios y escrupulosos. Hacen acopio de todo tipo de maquinaria agrícola, cortan con regularidad un césped regado con la dedicación puntual del autómata que, limpia y escrupulosamente, depositan dentro de grandes bolsas negras en los contenedores adyacentes a sus viviendas.

Cuando el colono observa como comienza a desfallecer el ávido herbazal, pulsa el botón de su llavero y extrae, del interior de su vivienda, un gran automóvil con el que acude a la Isla, luminosa, cegadora isla cercada por un gran océano de asfalto.

Baja al subsuelo, atravesando para ello una primera aduana. Ya en el exterior interno del templo, aparca y parte en busca de consejo para recuperar el esplendor de su hierba. Asciende de nuevo a la superficie ahora acristalada en una cómoda rampa automática y cruza la única abertura practicada en la muralla protegida por decenas de monjes aduaneros sentados frente a sus pantallas de control. Ya está en el corazón del santuario.

Tras encarnizada lucha con otros peregrinos consigue su objetivo. Ahora a de salir, atraviesa por una de las aduanas interiores previo trueque de su futuro, transmutado en trozo de plástico, por el consejo obtenido: un voluminoso libro de horticultura.

En el subsuelo, acomodado en su vehículo se enfrenta a otra aduana, troca: plástico por acceso al exterior externo de la Isla. Una vez alcanzado el último círculo pavimentado sale y procede a la búsqueda de su segunda vivienda, operación esta harto compleja: todas las viviendas son idénticas entre sí. Se equivoca, teniendo que rodear por el antiguo y desvencijado pueblo para reencontrar la senda correcta.

Aprieta de nuevo el botón del llavero y se introduce, pilotando su occidental vaca sagrada, en casa. Botón, luz; botón, más luz. Se sienta tras pulsar el botón que abre la ventana de luz y sonido que inundará la sala. Lee, busca. Encuentra: Humus. Apunta la marca recomendada por el libro en un trozo de papel y parte de nuevo al templo, en busca del remedio definitivo.

11 comentarios:

Angel Martín Fernández dijo...

Gracias, creo que en nombre del desarrollo y la comodidad estamos llegando al esperpento, y lo peor es que somos tan pocos los que disfrutamos de ello.

Luzamarga dijo...

Siempre distinto, auténtico, original.
Me gusta tu forma de plasmar las cosas.

Buen día Ángel.

Dim dijo...

anda que no tenías ganas de meterle mano al asunto... que me acuerdo de una tarde a pie de barra que nos pusimos a hablar de esto y no dejaste títere con cabeza.

Angel Martín Fernández dijo...

Es mi cruzada particular Dimi.

Esther dijo...

cuide su jardín a lo Blade Runner.... interesante. Leer más abajo...

(ésto sólo lo puede leer Ángel, abstenerse el resto)

(Abajo dice: sin embargo Ángel, haz uso de esas rallitas tan majas que sirven para dar algo de aliento al lector ¿eh? ¡colleja!)

Angel Martín Fernández dijo...

Es completamente actual, he vivido con alguno de estos colonos, no saben que la hierba no es basura, que la madera de los arboles podados no es basura, que con ello se hace abono, es penosa la invasión de las urbanizaciones por habitantes de las ciudades que no tienen ni puta idea de lo que es vivir en el campo, de la posible autosuficiencia del mismo. Tienen unos pocos metros de verde y compran tropecientos tipos de maquinaria agrícola totalmente innecesaria... y los de los contenedores es verídico, va... lo dejo que me pone de una mala ostia.

Angel Martín Fernández dijo...

Esther, ¿no te gusta mi puntuación? Suelo escribir con frases cortas, pero a veces me lío en mí mismo.

Esther dijo...

Y el caso es que "haberlas haylas" pero es que me falta el aire, ¿o es a lo mejor que es un texto vertiginoso y da esa impresión?

No me hagas caso.

Angel Martín Fernández dijo...

No, no al revés me gusta que me digas esas cosas, es la única forma de mejorar, te lo agradezco.

Angel Martín Fernández dijo...

Gracias, rati, ¡menudo público!, así no me voy a esforzar, ¡nunca voy a llegar a ser como mi ídolo Cesar Vidal!

Anónimo dijo...

Je, je, je.