miércoles, septiembre 15, 2010

Z. en mi salón

Cuando llegué a casa el Sr. Z ya estaba en mi sillón. Charlamos sobre mis gustos y aficiones. Estábamos viendo mis álbumes de fotos cuando sacó su cámara y empezó a fotografiarlo todo, mi casa, los retratos de mis amigos, mis hijos, todo. Hasta hizo copia de mis videos caseros. Ahora podrás hablar gratis con tus seiscientos amigos, me dijo, y se fue. Al día siguiente puse la tele, todos los anuncios eran de productos que me gustaban. Yo, que nunca recibía correo, tenía el buzón a rebosar de panfletos y catálogos publicitarios, todos de mi interés. Salí, en un bar me encontré con desconocidos que se reían contando anécdotas que me habían pasado hacía años. Mi jefe llamó al móvil, estás despedido, fueron sus únicas palabras. ¿Cómo se enteraría de lo mío con su mujer? Sospeché del Sr. Z, intenté ponerme en contacto con él, pero no tenía su teléfono, ni siquiera su e-mail. Imposible darle la vuelta a la situación, pensé, y lo dejé estar. Puse la radio, un locutor decía que los beneficios de la empresa del Sr. Z serían este año de unos setecientos millones de dólares, ¿cómo lo hará?, pensé, si lo da todo gratis.

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