lunes, marzo 27, 2006

Palabra de dios

Desesperado, sabiéndose en fatal pecado, acude a su puerta en busca de salvación. Un criado le conduce por largos y estrechos pasajes saturados de pinturas en las que distintos hombres extasiados, de semblante aceitunado, reciben eterna mutilación y tormento. Una vez en la sala, postrado, espera.

El hombre santo hace aparición rodeado de púberes macilentos. Deja caer el cuerpo en su trono y, pasado el tiempo, se digna a dirigir la mirada al hombre roto tendido con las manos crispadas sobre la cálida alfombra. A una orden suya, el desdichado, alzando la cabeza y, sin mirar al santo, comienza su extenso relato de lamentación y pecado. El otro escucha distraído mientras lanza cómplices miradas a uno de los pajes.
Finalizada la exposición, el muchacho de mirada receptiva acerca un grueso libro, con cubiertas de madera y múltiples candados que protegen su contenido de ojos profanos, a las clericales manos; estas, al tomarlo, no evitan el sensual roce de la piel al reconocerse. Lo abre al azar y procede a su lectura.
Finalizado el pasaje observa inquisitivo al inferior en espera de su agradecimiento; pero el osado pecador ha demudado su actitud genuflexa por una inquisitiva. Osa replicar sagradas palabras que no dan respuesta ni alivio a su angustia.

Armado de la paciencia que sólo la beatitud concede retoma el libro para dar contestación, y escarnio, al rebelde insensato. Tras la breve lectura iluminadora, mira con desdén a su alrededor; irrefutable. Pero el osado descontento responde.
Cansado ya del absurdo, y anticipando el postergado goce de la noche junto a su favorito, el hombre santo pierde la actitud beatífica. Con mirada fría alza, no sin esfuerzo, la sagrada escritura y la deja caer violentamente sobre la testa del insolente.

A través de las ungidas ventanas craneales, el alma, ahora redimida, se eleva agradecida por la infalible Verdad de la santa palabra escrita. Los muchachos, prestos, se arrodillan con papel secante en la manos para evitar que la sangre penetre profundamente en la alfombra. El hombre santo observa satisfecho las sugerentes nalgas de los hacendosos acólitos y reza.

9 comentarios:

Luzamarga dijo...

Huy, de ésta te excomulgan¡¡¡...

Buen día, Ángel (exterminador, jeje). :D

¿Cómo estás?.

Beso amoral. ;)

Angel Martín Fernández dijo...

Bien, animado, será por el cambio de hora, estoy despejado y con la mente clara, je, je, je.

No puedo dejar de ser martillo de fieles...

Luzamarga dijo...

Pues te entiendo y comparto (era de prever, no? :). También yo tengo esa animadversión visceral por ese podrido "mundillo" de frufrú de casullas.

A mí el cambio de hora me descoloca un poco, pero también estoy animada a pesar del lunes.

Esther dijo...

absoluto dominio del vocabulario el tuyo Ángel. Prosa elegantemente elegida y el retalo, fantástico. Se hace breve.

Anónimo dijo...

Gracias esther, me gusta que te guste.

Lo que más animadversión me da de las religiones es que se consideran poseedoras de la Verdad, así, con mayúscula, exclusiva y intransferible.

Angel Martín Fernández dijo...

¿Envidía tu? No amigo, tus letras sí que son una maravilla, yo estoy en periodo de prácticas, todo llegará.

Anónimo dijo...

Gracias jose, pero me da que aún no lo merezco.

Dim dijo...

Yo le quitaría alguna palabra rimbombante. Angelito, no te cabrees que sabes que soy uno de tus mayores fans.

Angel Martín Fernández dijo...

Estoy de acuerdo Dimi, pero son las más exactas que he encontrado para decir lo que pensaba, quizás pierde ritmo o resulta un tanto pedante, al estilo Prada. A seguir trabajando para pulir esas cosas.