jueves, diciembre 29, 2005

De postales y otras tarjetas

Madrid-Chamartín. Las tiendas y los supuestos puntos de información (y venta) van ganando espacio a las áreas de descanso. Ningún sitio donde escapar de la música del hilo que escupe, uno tras otro, éxitos del momento sin más interés que el de ser efímeros, material altamente perecedero. Abundan ahora los puestos de información con posibilidad de contrato, por supuesto, de tarjetas de crédito. No has de pagar, no tienes que cambiar de banco, no tienes que hacer nada, salvo firmar el contrato y usarla. Todo son ventajas. Las grandes superficies, las tiendas de ropa, se han apuntado a esta venta de nada. Tienen sus sucursales financieras. La venta por si misma ya no es negocio, lo verdaderamente rentable es el movimiento financiero. Puedes ir a tú supermercado habitual, comprar el pan y los yogures, y salir con una nueva hipoteca en la que, como era de esperar, todo son ventajas.

Los coches de cabeza del tren tienen a sus puertas a dos, artificialmente amables, azafatas, el mío es el último, aquí no hay nadie para sonreírte. Has de buscar por ti mismo el asiento. Promete, voy solo y el compartimiento está a la mitad; se aventura un viaje tranquilo. A la derecha dos turistas inglesas viajan en su búsqueda particular del sol, a Madrid ya ha llegado el frío. La azafata nos da la bienvenida por megafonía, anuncia la existencia de una tarjeta, otra, esta vez la Visa Renfe, con la que obtendremos suculentos descuentos en las compras que realicemos durante el viaje. Ni en el antes tranquilo y perezoso tren cejan en sus ventas. “Todo tiene un precio”, todo, incluido el ser humano, ¿cuanto costará hacer callar al niño que ahora llora?, seguramente con la tarjeta Visa Baby el niño sería feliz y ahora estaría contagiándonos a todos con sus estruendosas carcajadas. Aun no se han atrevido, si con los adolescentes, ya tienen sus tarjetas. Existen anuncios en los que te cuentan que puedes personalizarlas con interesantes dibujos o fotografías de los mismos cantantes que antes se dejaban la voz en el hilo musical. El Estado, muy preocupado por la educación y posterior adaptación al mundo real, lleva programas a las escuelas para enseñar a los futuros consumidores los placeres de las compras, enseñan a ser buenos compradores. Últimamente han sacado un programa con el que los chavales se meten en la piel de un ejecutivo, les dan un dinero que han de invertir y a ser posible rentabilizar, ejercicio muy educativo este, supongo financiado con el patrocinio de alguna entidad financiera muy preocupada por la sociedad en la que vive.

Una segunda parada en Madrid y el vagón se llena. Ahora estoy flanqueado por una adolescente a mi derecha, entretenida con su teléfono móvil y, por el frente una pareja de unos veinticinco años con algún problema de identidad o de flujo pulmonar, hablan excesivamente alto. Ha llegado el momento de ponerse los auriculares. Me decanto por Miles Davis, mientras, dejamos atrás la ciudad. El sol se está poniendo –también en la tarjeta, esta vez postal, que descanso-.

No hay comentarios: