Decidnos cuales son los enemigos, mentid nuestra recompensa. Yo me encargo de las armas: palos y piedras.
Ahora ya los reconocemos, no sirven esas excusas, ¡traidor!, dadle muerte.
Diluidos en el Uno somos la gran fuerza.
Amputad los miembros gangrenados, segad sus ligaduras con las páginas-cuchilla de nuestro credo. Una vez libres de los pensantes colocaremos jefes-computadores formateados en hornacinas de silicio.
La masa peregrinando en viajes de ceros por fibras ciegas, romerías eléctricas que traerán a nuestras casas escenas de comunismo virtuoso, comunismo silícico.
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