viernes, abril 28, 2006

Un lugar al anochecer

A mi izquierda la negrura se expande engullendo toda imagen a su paso, a su frente la luz huye hacia cálidos parajes de gusto picante en los que el sol, sintiéndose acogido, permanece sempiterno. En esos lugares, las gentes desnudas alcanzan con sus manos frutas que sazonarán platos y pieles.

Gustan las mujeres habitantes de adornar sus estilizados cuerpos con bayas rojizas que, enhebradas en una delgada cuerda de cáñamo, sujetan a la cintura tomando como tope en su caída las caderas acompasadas a semillas que hacen las veces de sonajero. De las orejas cuelgan labradas pieles de coco con formas de animales; cada familia adopta una bestia, cada edad un color, cada ciclo lunar las pieles exudan sangre. Sangre que sirve de sacrificio con la que, borrachos, se regocijan dioses en eternos ritos infantiles de iniciación al sexo. En la espalda, atada con pelo de tarántula trenzado, portan sandias secas y vaciadas, con cinco agujeros –seis para los varones– de los que sobresalen las diversas extremidades y cabeza de niño. Las sandías son muy útiles para los largos viajes hacia los mares de la luna a los que acuden al finalizar cada semana, siempre el octavo día, a tomar sus baños de sombra mujeres y niños.

Ese mismo día –el octavo– los hombres permanecen en el poblado recogiendo con cazamariposas retazos de la aurora boreal que se presenta puntual, cada octavo día, a compartir su desayuno de verdor estático. Es un encuentro muy fructífero: Los hombres desayunados recargan los recipientes de fertilidad, la aurora aligerada parte hacia el norte a merendar tormentas eléctricas y churros con sus hermanos esquimales.

El noveno día, ya de vuelta de la luna, las mujeres ayudarán con la fricción de pechos y manos a que se expandan por campos y cuerpos los chorros de semen con los que dibujar tragedias y comedias ancestrales que animan el crecimiento de hortalizas y corderos musicales; siendo estos los únicos animales que sin domesticar permiten ser montados. Largos viajes realizan a sus lomos. Cabalgando, acuden en tropel, los miércoles, al mirador de la frontera psíquica desde el que, mecidos por sedantes melodías ovinas, observan, soñadores, la negrura que invade las tierras del oeste desde las que escribo.

11 comentarios:

Luzamarga dijo...

:O

vaya..., estoy demasiado espesa y esto es demasiado grande.
Deja que vuelva a leerlo...
Carajo, me llegó dentro a algún lugar nuevo..

Anónimo dijo...

Lee, lee, tanquilamente.

Esther dijo...

Interesante canto a la fertilidad, Angel. Quizás complicado por tu insistente y elaborado eclecticismo, pero, sin lugar a dudas, soberbio.

Anónimo dijo...

¿Cómo haces para escribir algo así?.
¿Haces un sitito en ese paraíso de fertilidad a esta Eva profana e inculta?.

Gracias por vestir de forma tan hermosamente diferente a la vida.

Anónimo dijo...

Me abrumais, je, je, je.

Todo está en la cabeza.

Esther dijo...

bueno, lo de los churros....

Angel Martín Fernández dijo...

Es el toque surrealista hispánico. ¿No te gustan los churros? A la aurora sí, mucho.

Esther dijo...

Mi hermana se llama Aurora, yo le llamo Aurorina, o la morena, y sí, le encantan a ella también los churros. A mi me parecen grasientos. Yo soy más de vayas y moras silvestres.

Angel Martín Fernández dijo...

A mi no me gustan demasiado, también me parecen grasientos, prefiero pan con tomate y aceite; pero tengo que respetar los gustos de las dos auroras, la boreal y tu hermana.

Angel Martín Fernández dijo...

Un fuerte abrazo para tí también.

Anónimo dijo...

Nice colors. Keep up the good work. thnx!
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