martes, febrero 07, 2006

Numen (y dos)

“Ahora sólo nos resta hablar de los principados eclesiásticos: ahí las dificultades se presentan todas antes de poseerlos; porque se adquieren o por virtud o por fortuna y se conservan sin la una ni la otra; ya que se apoyan en las seculares leyes de la religión, tan poderosas y de tal cualidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual sea su manera de proceder y de vivir. Estos príncipes son los únicos que tienen estados y no los defienden, súbditos y no los gobiernan; los estados, aunque indefensos, no les son arrebatados; y los súbditos, no siendo gobernados, no se preocupan de ello y ni piensan ni pueden substraerse a su dominio. Sólo, pues, estos principados están seguros y felices. Pero, como están regidos por una raza superior a la que la mente humana no alcanza, dejaré de hablar de ellos; porque, siendo exaltados y mantenidos por Dios, discurrir sobre ellos sería un acto de hombre presuntuoso y temerario.”
Nicolás Maquiavelo. El príncipe.

“La religión nos ordena creer que, habiendo Dios mismo sacado a los hombres del estado natural inmediatamente después de la creación, son desiguales porque El ha querido que lo fuesen; (...)”
Jean Jacques Rousseau. Discurso sobre la desigualdad entre los hombres.

“A decir verdad, el sentimiento de pecado, lejos de contribuir a una vida mejor, hace justamente lo contrario. Hace desdichado al hombre y le hace sentirse inferior. Al ser desdichado, es probable que tienda a quejarse en exceso de otras personas, lo cual le impide disfrutar de la felicidad en las relaciones personales. Al sentirse inferior, tendrá resentimientos contra los que parecen superiores. Le resultará difícil sentir admiración y fácil sentir envidia. Se irá convirtiendo en una persona desagradable en términos generales y cada vez se encontrará más solo.”
Bertrand Russell. La conquista de la felicidad.

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